La referencia frecuente y a veces inapropiada a la inteligencia artificial ha reabierto durante algún tiempo un pensamiento que parecía latente: ¿cuál es la relación entre la capacidad racional humana, que parece replicable, y las cuestiones de significado que siempre están en el trasfondo de nuestras acciones? En primer lugar, es bueno aclarar que la inteligencia artificial se refiere a una forma específica de conocimiento, el tipo lógico formal.
Los datos se procesan mediante algoritmos matemáticos escritos por humanos, que pueden autoaprender de grandes cantidades de datos y producir resultados cuantitativos. Sin embargo, el hombre no puede reducirse a una inteligencia lógica formal. Nuestra vida está llena de otras posibilidades de conocimiento. Howard Gardner identificó varios tipos de inteligencia. Entre ellas se encuentran la lingüística, la inteligencia musical, la inteligencia interpersonal y la inteligencia existencial, o la capacidad de pensar en cuestiones básicas relacionadas con la existencia. ¿Quién de nosotros no queda ansioso por mirar el cuadro, leer los versos poéticos o escuchar la melodía? ¿Qué podemos decir sobre la capacidad de intuición, empatía y comprensión de los demás que poseen algunas personas que tal vez no hayan tenido educación formal? Se dirá: La inteligencia artificial reproducirá todas las capacidades humanas y podrá componer música y producir cuadros y poemas.
Quizás, pero ¿con qué fin? Si la medicina y la ciencia ciertamente podrán disfrutar de las capacidades de la inteligencia artificial, ¿qué beneficio obtendrá la humanidad de una pieza musical que no se produzca en la penumbra de una noche de insomnio? Siempre tengo curiosidad por la inteligencia existencial que desarrollan muchos científicos al haber dedicado su vida a los descubrimientos científicos. ¿De la ciencia a la fe? Para algunos, este es el camino que demuestra que se puede desarrollar la inteligencia existencial. Sin embargo, también existe el camino inverso: si la fe sigue siendo sin duda un encuentro y un don, también es posible recuperar a partir de esa experiencia el interés por otras “mentes”. Así, el Papa Benedicto Era una forma problemática de irreligiosidad, pero formaba parte de la esencia de su forma de ser religioso. De hecho, tuvieron que reconocer como parte de su identidad la búsqueda minuciosa de la razón para llegar al conocimiento de la verdad plena. Así, en el marco de la fe cristiana, fue posible, o mejor dicho, que naciera la universidad.
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